¡Cuan pocos son los que se saben reconocer tales como son! Nuestros ojos están colocados de manera que cada persona puede ver otras caras, pero no la suya, a menos que use un espejo; es por eso que tan fácilmente notamos las faltas ajenas e ignoramos las propias, pues aunque el espejo nos diga como es nuestra figura, no nos revela como es nuestro carácter o condición espiritual.
¿Por qué cada uno se juzga a sí mismo tan benignamente? En el día del juicio final otro será el juez, pues todos compareceremos ante el tribunal de Jesucristo, y para sorpresa de muchos aquel día, la sentencia que recibirán será distinta de lo que suponen o desean.
La vida del cristiano tiene que abundar en buenas obras, pero no son las obras las que justifican. El creyente es justificado por la fe, pero una falsa confianza de justificación por fe es tan peligrosa como confiar en buenas obras.
Los que dicen: «Yo soy bueno, pues hago esto o aquello», y los que piensan: «Yo no soy malo, pues mi conciencia no me reprende», están en una misma equivocación. El apóstol Pablo era celoso de buenas obras y lleno de fe, lleno de la gracia divina, pero aun así no confiaba en su propio juicio, o en el testimonio de su conciencia, por eso dijo:
«...y ni aun yo me juzgo a mí mismo. Porque aunque de nada tengo mala conciencia, no por eso soy justificado; mas el que me juzga el Señor es.» 1Cor.4:4.
Dijo el proverbista:
«Todos los caminos del hombre son limpios en su opinión; pero Jehováh pesa los espíritus.» Prov.16:2.
Por tanto, no aceptemos por cierto el concepto que nos hemos formado de nosotros mismos; si queremos conocer quienes somos realmente, consultemos la Palabra de Dios a manera de espejo, pues ella es la norma del Juicio Final.
Smay. B. Luis, Bejucal, 1971
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